Posee un talento mercurial que personifica el blues eléctrico, pues lo ha vivido en su carne y lo lleva en su sangre: Carey Bell, su progenitor, es uno de los armonicistas con mayor solera en Chicago. Lurrie Bell también es un guitarrista excepcional, y su apodo temperamental lo remite como la versión contemporánea del ciclotímico Otis Rush, con dos décadas entre medias. Sus actuaciones son tal que una ruleta rusa: tan pronto se puede quedar en blanco presa de una crisis de ansiedad, como convertirse en centro de atención destapando el tarro de las esencias con licks guitarrísticos que beben de los westsiders legendarios (Buddy Guy. Magic Sam . Otis Rush) y un gorjeo angustiado y soulero dependiente del mejor Little Milton. A decir verdad, su errática carrera le empareja aún más con el genial guitarrista Otis Rush: ambos desde edades tempranas -los veintipocos años- y subieron como la espuma, y también ambos tuvieron problemas personales que arruinaron sus precoces potenciales: la industria especializada los dejó de lado, amén de los rollos ocasionados por su metabolismo melancólico. Desde entonces, tanto sus actuaciones como grabaciones comerciales han discurrido de forma inconsistente a lo largo de los años.
El nacimiento de nuestro protagonista nos lleva hasta Chicago, Illinois, cuna del blues electrificado y capital del mismo a nivel internacional, el 13 de diciembre de 1958. Al ser hijo de un solicitado armonicista-bajista en la profesión, la música (concretando, el blues y derivados: R&B, soul. ) siempre le ha rondado, máxime cuando los ensayos de la banda blusera tenían lugar en el apartamento familiar, en un garaje, claro. Así que el joven Lurrie siempre andaba entre bafles, amplis e instrumentos variados, dispuesto a asimilar, aprender, digerir los sonidos que allí se cocinaban. A la edad de 6-8 años ya juguetea con una guitarra. Pronto pasarán por sus manos bajo, armónicas, piano y batería. Aparte del blues, en la radio transistorizaba los Top 40 del soul, R&B, jazz,, country & western y rock and roll, así que no es raro comprender que Lurrie, como guitarrista, afirme hoy que sus influencias principales son Little Walter, Albert, B.B. y Freddie King, Ray Charles, Marvin Gaye, Stevie Wonder y José Feliciano (??).
Remarquemos que el joven Bell permanece como un eslabón de una larga dinastía musical al que se añaden sus hermanos pequeños, hoy núcleo de la Carey Bell Blues band: Carey Bell Jr. (guitarra y bajo), Steve (armónica), James (batería) y Tyson (bajo). Como ascendentes musicales paternos se encuentran el guitarrista westsider Eddy Clearwater (primo segundo de Carey) y el pianista recientemente fallecido Lovie Lee (mentor musical del mismo). A los catorce años, Lurrie ya comienza a destacar a las seis cuerdas, aprendiendo de las técnicas tradicionales o contemporáneas de los pesos pesados que rodeaban a su padre, por esas fechas bajista a sueldo de Eddie Taylor y Jimmy Dawkins, hombres hechos y derechos que le tratan con deferencia y respeto, sin tener en cuenta su edad de infante, sólo conscientes del talento apasionado y la impaciencia mostrada por el imberbe discípulo. Habla Lurrie: «Eddie Taylor fue uno de los tíos que me enseñó a tocar la guitarra. Se sentaba a mi lado y me mostraba lo que yo necesitaba saber. Otros músicos que me cautivarán entonces fueron Robert Jr. Lockwood, Honeyboy Edwards, Little Walter, Big Walter Horton y Sonny Boy Williamson. Por supuesto, me gustaban los discos -y sus comparecencias en vivo- de B.B. King, Magic Sam, Fenton Robinson y Albert Collins, a todos ellos los escuchaba muy a menudo».
Pronto se presenta 1977, año clave en la carrera de Lurrie, puesto que fue cuando debutó como bajista (dos cortes en el LP «King Of The Jungle» del guitarrista Eddie C. Campbell, dado que el bajista contratado de antemano, el veterano Bob Stroger, aducía desconocimiento de las formas contemporáneas y funkeras del blues urbanita) y... ejem... guitarrista para su padre Carey Bell en el largamente inédito «Heartaches And Pain», LP incluido en las famosas sesiones de Ralph Bass, esponsorizadas por T.K. Records y actualmente digitalizado en el catálogo Delmark. Y hete aquí que se montó un paquete de jóvenes bluesmen chicagüenses de edades comprendidas entre los 18 y 23 años, patrocinado por una promotora alemana y que bajo el epígrafe ‘The New Generation Of Chicago Blues' recorre el continente europeo (evento repetido cinco años después). Constaba de una multitudinaria banda de once miembros entre los que se cuentan Lurrie Bell, Billy Branch. Eli Murray, J.W. Williams, Moses Rutues Jr., etc. Un invento que poco tiempo después, se concretaría en la Sons Of Blues Band. El núcleo de dicha formación original se basaba en el armonicista Billy Branch (sustituto de Carey Bell en la Chicago Blues All Stars), el bajista Freddie Dixon (hijo del mítico productor Willie Dixon), el batería Jeff Ruffin y, claro está, Lurrie Bell como guitarrista solista y co-vocalista. Se les bautizó así en honor a su edad y condición (hijos de bluesmen famosos, si exceptuamos a Branch), y su cometido era el propio de un grupete de músicos aficionados, no a tiempo completo, ya que tanto Freddie como Billy formaban parte de la Chicago Blues All Stars de Willie Dixon, mientras que Lurrie Bell compartía su labor mercenaria y guitarrera con otro joven valor, Johnny B. Moore, en la Blues Machine de la regia vocalista Koko Taylor durante cuatro años en su vida: «Ese fue un gran paso en mi carrera. La Blues Machine tocando y viajando por todo el país en furgoneta. Tocamos en sitios que no había visitado hasta entonces, Europa incluida. Allí donde hubiera un festival blusero, allí estábamos. Un buen rollo el vivido junto a Koko Taylor».
Con sólo diecinueve años, Lurrie Bell parecía destinado a liderar las nuevas generaciones de bluesmen chicagüenses, cuando ni siquiera los Robert Cray y Joe Louis Walker eran atisbados en lontananza. Creaba sensación en todas sus actuaciones, las cuales eran anunciadas por los propietarios de los clubs nocturnos como las del guitarrista de blues más excitante de todo Chicago. Apenas dos años atrás, Lurrie aparecía como solapado segundo guitarra y bajista a sueldo, una figura ensombrecida por los nombres singulares a los que respaldaba (Carey Bell, Buster Benton, Eddie C. Campbell...) pero, tan pronto se destapó el tarro de las esencias guitarreras, comenzaría a sorprender a todos, incluido su propio padre, con sus furiosos cimbreos de cuerdas amplificadas y su robusta garganta blusera.
El saldo grabado en el quinquenio 1977-82 se resume así: con su padre Carey Bell está presente en las antologías «Living Chicago Blues Vol. 1» (Alligator. 78), «American Folk Blues Festival» (L&R, 81), y en el LP «Goin' On Main Street» (L&R-Evidence, 82), este ultimo anticipándonos a un más maduro guitarrista, destacando en el corte «I am worried», una versión del «Troubles, troubles» de Otis Rush. Precisamente, los dos bonus de la reedición digital americana, extirpados del concierto europeo del 81 y con el docto apoyo del mítico Hubert Sumlin, nos muestran a un Lurrie como reencarnación del Buddy Guy clasicote, destilando abrasivas notas distorsionadas y fluidos fraseos melódicos en covers de Magic Sam («I need you so bad») y, claro está, Buddy Guy («A man & the blues»). En tanto, con los originales Sons Of Blues aparecerá en tres cortes de la antología «Living Chicago Blues Vol. 3», dos para mayor gloria de la armónica de Branch («Berlin wall», «Prisoner of the blues»), más una sentida revisión del «Have you ever loved a woman» de Freddie King en la que destacan la Stratocaster y la voz timbrada de soul de Lurrie. Los Retoños Del Blues también grabaron unos oscuros cortes para el sello especializado Amiga Jazz, el LP en directo «Live '82» (L&R-Evidence), y formaron parte de la miscelánea «American Folk Blues Festival 1982» (L&R). Y hemos de comentar dos colaboraciones más del guitar slinger inmerso en la banda paterna: los discos de Eddy Clearwater («The Chief», en Rooster Records) y Lovie Lee («Living Chicago Blues Series», en Alligator), ambos fechados en 1980.
En 1984, licenciado de una Blues Machine con la que, desgraciadamente, no grabó ningún disco, y con una popularidad creciente en el gremio blusero. aparece el LP«Son Of A Gun» (Rooster). Un vinilo repartido democráticamente con su padre, respecto a la importancia en los créditos y tareas de liderazgo. Su contenido se resume en media docena de canciones cosechadas en cuatro días de finales de mayo y primeros de junio del 82 al lado de Eli Murray (guitarra rítmica con wah wah), John Ervin (bajo) y Diño Davies (batería), todos ellos jóvenes cachorros negratas del blues chicagüense. A destacar las aportaciones solistas de Lurrie en un instrumental lejano («Gate bait». una versión libre del «Pressure cooker» de Gatemouth Brown), un blues lento de picoteo cristalino («Worried heartache blues»), un swing after hours («My baby»), dos shuffles urbanitas («l'll be your 44» y «l've got to leave Chi-Town»), un tradicional y cenagoso «Rollin' and tumblin'». y el boogie cachondo y bailongo «Kick me in the pants». Un trabajo redondo el canto del cisne de Lurrie Bell como Príncipe de la Luz e inicio de una transición hacia la nada.
Recordemos que tanto Bell como Freddie Dixon habían abandonado, por las buenas, los Sons Of Blues en el 92 dejando el nombre de la banda en exclusiva propiedad del armonicista Billy Branch que dos años después refundaría el grupo al introducir miembros de los Chi-Town Hustlers pero eso es otra historia... Volviendo a nuestro biografiado, Bell quien a los veintipocos años había conseguido más de lo que otros muchos bluesmen podrían aspirar a lo largo de su vida, no supo asimilar el trajín del éxito, sumergiéndose en una fuerte depresión nerviosa. Como si estuviese suspendido por fuerzas oscuras cual títere y perseguido por los mitológicos cancerberos del infierno que azuzaban a Robert Johnson, Lurrie comenzó a no cumplir contratos fallando a conciertos y dando la espantada a mitad de las actuaciones (la historia de Otis Rush, ya digo, repetida veinte años después). En 1986 se encuentra fuera del negocio musical y, por espacio de tres años, su más inmediata terapia consistirá en tocar al aire libre en el mercado callejero de Maxwell Street, usando la música como ejercicio catártico que drenase los sinsabores de la fama mal digerida justo donde algunos de los míticos bluesmen chicagüenses comenzaron su carrera.
Habla Lurrie Bell: «Descubrí que no podía aguantar toda una gira completa y las cosas parecieron ir a peor. Melvin Taylor (otro joven valor azabache de las seis cuerdas, virtuoso y neurótico-depresivo como nuestro protagonista) me ayudó mucho al tocar a mi lado en el mercado callejero. La manera en como transcurre la vida, las personas, el ambiente, ese modo tan tradicional de entender las cosas, el viejo sonido del blues... todo aquello me ayudó para bien, repercutiendo en mi salud al alza. Comprendí que las cosas te pueden ir bien o mal en la vida, pero puedes sobreponerte en aquella zona absorbiendo el sonido añejo que supuran los alrededores».
Un breve paréntesis se producirá en 1989, repartiéndose casi clónicamente en cuatro colaboraciones para el sello británico JSP al lado de su padre. Carey Bell: dos antologías en directo («The Paul Jones Rhythm & Blues Festival Vol. 3». y «The 2nd. Burnley Blues Festival»), un espléndido respaldo al bluesman de tercera división Lefty Dizzy («Ain't it Nice To Be Loved») y una rodaja digital completada con la familia Bell al pleno («Dinasty!»). Y por fin, su debut en solitario «Everybody Wants To Win», un disco ejecutado con toda su parentela que encierra como única gloria el ser un ramillete de versiones, viajando por los cancioneros de Albert King («Cadillac assembly line». y el título del CD. a.k.a. «Nobody wants a loser»), Chuck Willis («I feel so bad»), Muddy Walers («Going back lo Louisiana»), Junior Parker («The train I ride»)... La magia de antaño ni siquiera aflora en los instrumentales («No picks», «1215 W. Belmont Avenue»), y hay un breve carneo paterno en «Second hand man», también aparecido en ese «Dinasty!» y editado en el mismo sello, John Stedman Productions. A inicios de los 90, su mundo de nuevo se desliza cuesta abajo. Las giras y los sinsabores de la vida en la carretera, conjuntados con sus demonios internos obligaron a Lurrie volver a arrojar la toalla otra vez. Las sesiones de grabación se redujeron a cero y su nombre fue olvidado en las agendas de los productores especializados. Todos los logros parecieron irse por el sumidero del retrete.
Otra vez vuelta a empezar, a sacudirse las furiosas zarpas del maligno en forma de bruma melancólica que enturbia el juicio, actuando los fines de semana en un garito inaugurado por su ex-patrona, el Koko Taylor's Chicago Lounge, sito en la zona norte... hasta su esperado fichaje por el sello Delmark en 1995. «Mercurial Son» es un disco diseñado a medida por el productor y batería Steve Cushing, conocedor de la maestría musical de su pupilo («Pienso que es un talento incomparable. Tan buen guitarrista como Otis Rush o Buddy Guy... cuando tiene una buena noche») pero también de su idiosincrasia temperamental (de ahí el acertado título del debut americano). Como buen compositor, Cushing atrapa la melancolía del que se sabe eterno valor en la sombra en textos surrealistas entonados con la letanía agónica de un condenado a muerte, algo así como si el tétrico Nick Cave hubiese compuesto todo un LP para Otis Rush, algo marcado especialmente en la salvaje triada de temas que abren el disco, tocados a ritmo de funk embrujado que cruza a Bo Diddley con Albert Collins. También hay boogies crudos con letras que ilustran un reproche sentimental daliniano («Chillas como un samurai castrado», en «Lurrie Bell's hipshank»), odas a la vagina-dentata vocalizadas por la invitada Big Time Sarah y su furor uterino («Your wild thing ain't wild enough»), atmósferas lóbregas a lo Howlin' Wolf («Tell me about your love»), instrumentales ferroviarios rockabílicos («Longview Texas trainwreck»), shuffles westsiders, un instrumental distorsionado entre un psicodélico Bo Diddley y Link Wray («Voodoo whammy»), más dos cortes puretas para que compruebes que no todo son odas al hombre del saco, el autobiográfico «Blues all around me» (puro Buddy Guy etapa Chess) y otro ejercicio a lo Magic Sam («West side woman»). Lurrie Bell renacido cual Príncipe de la Oscuridad -sólo hace falta ver la foto de portada, sombría, con un barbudo guitarrista con mirada de expresión neurótica- en un polémico ejercicio de psicoanálisis que no ha gustado en demasía a la crítica especializada.
En el breve espacio discurrido entre el CD comentado y la actualidad, Lurrie se ha movido con relativa asiduidad por el circuito North Side (Lily's, Rosa's), siendo invitado en la gala anual del Chicago Blues Festival de 1996. y no defraudando las recién nacidas expectativas creadas a su entorno. También ha grabado una secuela para Delmark, «700 Blues» (97), un compacto creado expresamente para saciar a los enfurruñados aficionados que no supieron comprender su inventivo precedente, cuando mixtificaba textos originales y ritmos cuasiafricanos con la solera del blues urbano. Es por eso que musicalmente se cubra el expediente versioneando a B.B. King («l've got papers on you», «All over again»). Gatemouth Brown («She walks night in», «Baby take it casy»), Jimmy Reed («Found Love», «You gol me dizzy»), Muddy Waters («Honey bee»), Sunnyland Slim («You got lo stop...», con un toque de Albert Collins a la guitarra), Howlin' Wolf («How many more years») y un magnífico «Sadie» del slider Hound Dog Taylor, muy revisado en el mundillo (y con esa van...). En el aspecto personal, es decir, en las composiciones de su puño y letra, se cae en la holgazanería al repescar un lema de su repertorio 80s («I'll be your .44»), vampirizar al Collins más hierático en un funk-blues instrumental («700 blues») y reflejarse en el concurrido espejo de marca Buddy Guy (el slow blues «Million miles from nowhere»). Eso sí, técnicamente no me cabe reproche alguno.
Cerramos esta semblanza afirmando, simplemente, que Lurrie continúa tocando donde y cuando puede, plantando cara a sus demonios internos, sabiendo que la vida nunca fue de color rosa, utilizando la música más como terapia que como plataforma para saltar al estréllalo. Como los artistas genuinos, la expresión de los sentidos prima sobre los intereses pecuniarios: Artistas, uno - Mercaderes, cero. (F.C.)
El nacimiento de nuestro protagonista nos lleva hasta Chicago, Illinois, cuna del blues electrificado y capital del mismo a nivel internacional, el 13 de diciembre de 1958. Al ser hijo de un solicitado armonicista-bajista en la profesión, la música (concretando, el blues y derivados: R&B, soul. ) siempre le ha rondado, máxime cuando los ensayos de la banda blusera tenían lugar en el apartamento familiar, en un garaje, claro. Así que el joven Lurrie siempre andaba entre bafles, amplis e instrumentos variados, dispuesto a asimilar, aprender, digerir los sonidos que allí se cocinaban. A la edad de 6-8 años ya juguetea con una guitarra. Pronto pasarán por sus manos bajo, armónicas, piano y batería. Aparte del blues, en la radio transistorizaba los Top 40 del soul, R&B, jazz,, country & western y rock and roll, así que no es raro comprender que Lurrie, como guitarrista, afirme hoy que sus influencias principales son Little Walter, Albert, B.B. y Freddie King, Ray Charles, Marvin Gaye, Stevie Wonder y José Feliciano (??).
Remarquemos que el joven Bell permanece como un eslabón de una larga dinastía musical al que se añaden sus hermanos pequeños, hoy núcleo de la Carey Bell Blues band: Carey Bell Jr. (guitarra y bajo), Steve (armónica), James (batería) y Tyson (bajo). Como ascendentes musicales paternos se encuentran el guitarrista westsider Eddy Clearwater (primo segundo de Carey) y el pianista recientemente fallecido Lovie Lee (mentor musical del mismo). A los catorce años, Lurrie ya comienza a destacar a las seis cuerdas, aprendiendo de las técnicas tradicionales o contemporáneas de los pesos pesados que rodeaban a su padre, por esas fechas bajista a sueldo de Eddie Taylor y Jimmy Dawkins, hombres hechos y derechos que le tratan con deferencia y respeto, sin tener en cuenta su edad de infante, sólo conscientes del talento apasionado y la impaciencia mostrada por el imberbe discípulo. Habla Lurrie: «Eddie Taylor fue uno de los tíos que me enseñó a tocar la guitarra. Se sentaba a mi lado y me mostraba lo que yo necesitaba saber. Otros músicos que me cautivarán entonces fueron Robert Jr. Lockwood, Honeyboy Edwards, Little Walter, Big Walter Horton y Sonny Boy Williamson. Por supuesto, me gustaban los discos -y sus comparecencias en vivo- de B.B. King, Magic Sam, Fenton Robinson y Albert Collins, a todos ellos los escuchaba muy a menudo».
Pronto se presenta 1977, año clave en la carrera de Lurrie, puesto que fue cuando debutó como bajista (dos cortes en el LP «King Of The Jungle» del guitarrista Eddie C. Campbell, dado que el bajista contratado de antemano, el veterano Bob Stroger, aducía desconocimiento de las formas contemporáneas y funkeras del blues urbanita) y... ejem... guitarrista para su padre Carey Bell en el largamente inédito «Heartaches And Pain», LP incluido en las famosas sesiones de Ralph Bass, esponsorizadas por T.K. Records y actualmente digitalizado en el catálogo Delmark. Y hete aquí que se montó un paquete de jóvenes bluesmen chicagüenses de edades comprendidas entre los 18 y 23 años, patrocinado por una promotora alemana y que bajo el epígrafe ‘The New Generation Of Chicago Blues' recorre el continente europeo (evento repetido cinco años después). Constaba de una multitudinaria banda de once miembros entre los que se cuentan Lurrie Bell, Billy Branch. Eli Murray, J.W. Williams, Moses Rutues Jr., etc. Un invento que poco tiempo después, se concretaría en la Sons Of Blues Band. El núcleo de dicha formación original se basaba en el armonicista Billy Branch (sustituto de Carey Bell en la Chicago Blues All Stars), el bajista Freddie Dixon (hijo del mítico productor Willie Dixon), el batería Jeff Ruffin y, claro está, Lurrie Bell como guitarrista solista y co-vocalista. Se les bautizó así en honor a su edad y condición (hijos de bluesmen famosos, si exceptuamos a Branch), y su cometido era el propio de un grupete de músicos aficionados, no a tiempo completo, ya que tanto Freddie como Billy formaban parte de la Chicago Blues All Stars de Willie Dixon, mientras que Lurrie Bell compartía su labor mercenaria y guitarrera con otro joven valor, Johnny B. Moore, en la Blues Machine de la regia vocalista Koko Taylor durante cuatro años en su vida: «Ese fue un gran paso en mi carrera. La Blues Machine tocando y viajando por todo el país en furgoneta. Tocamos en sitios que no había visitado hasta entonces, Europa incluida. Allí donde hubiera un festival blusero, allí estábamos. Un buen rollo el vivido junto a Koko Taylor».
Con sólo diecinueve años, Lurrie Bell parecía destinado a liderar las nuevas generaciones de bluesmen chicagüenses, cuando ni siquiera los Robert Cray y Joe Louis Walker eran atisbados en lontananza. Creaba sensación en todas sus actuaciones, las cuales eran anunciadas por los propietarios de los clubs nocturnos como las del guitarrista de blues más excitante de todo Chicago. Apenas dos años atrás, Lurrie aparecía como solapado segundo guitarra y bajista a sueldo, una figura ensombrecida por los nombres singulares a los que respaldaba (Carey Bell, Buster Benton, Eddie C. Campbell...) pero, tan pronto se destapó el tarro de las esencias guitarreras, comenzaría a sorprender a todos, incluido su propio padre, con sus furiosos cimbreos de cuerdas amplificadas y su robusta garganta blusera.
El saldo grabado en el quinquenio 1977-82 se resume así: con su padre Carey Bell está presente en las antologías «Living Chicago Blues Vol. 1» (Alligator. 78), «American Folk Blues Festival» (L&R, 81), y en el LP «Goin' On Main Street» (L&R-Evidence, 82), este ultimo anticipándonos a un más maduro guitarrista, destacando en el corte «I am worried», una versión del «Troubles, troubles» de Otis Rush. Precisamente, los dos bonus de la reedición digital americana, extirpados del concierto europeo del 81 y con el docto apoyo del mítico Hubert Sumlin, nos muestran a un Lurrie como reencarnación del Buddy Guy clasicote, destilando abrasivas notas distorsionadas y fluidos fraseos melódicos en covers de Magic Sam («I need you so bad») y, claro está, Buddy Guy («A man & the blues»). En tanto, con los originales Sons Of Blues aparecerá en tres cortes de la antología «Living Chicago Blues Vol. 3», dos para mayor gloria de la armónica de Branch («Berlin wall», «Prisoner of the blues»), más una sentida revisión del «Have you ever loved a woman» de Freddie King en la que destacan la Stratocaster y la voz timbrada de soul de Lurrie. Los Retoños Del Blues también grabaron unos oscuros cortes para el sello especializado Amiga Jazz, el LP en directo «Live '82» (L&R-Evidence), y formaron parte de la miscelánea «American Folk Blues Festival 1982» (L&R). Y hemos de comentar dos colaboraciones más del guitar slinger inmerso en la banda paterna: los discos de Eddy Clearwater («The Chief», en Rooster Records) y Lovie Lee («Living Chicago Blues Series», en Alligator), ambos fechados en 1980.
En 1984, licenciado de una Blues Machine con la que, desgraciadamente, no grabó ningún disco, y con una popularidad creciente en el gremio blusero. aparece el LP«Son Of A Gun» (Rooster). Un vinilo repartido democráticamente con su padre, respecto a la importancia en los créditos y tareas de liderazgo. Su contenido se resume en media docena de canciones cosechadas en cuatro días de finales de mayo y primeros de junio del 82 al lado de Eli Murray (guitarra rítmica con wah wah), John Ervin (bajo) y Diño Davies (batería), todos ellos jóvenes cachorros negratas del blues chicagüense. A destacar las aportaciones solistas de Lurrie en un instrumental lejano («Gate bait». una versión libre del «Pressure cooker» de Gatemouth Brown), un blues lento de picoteo cristalino («Worried heartache blues»), un swing after hours («My baby»), dos shuffles urbanitas («l'll be your 44» y «l've got to leave Chi-Town»), un tradicional y cenagoso «Rollin' and tumblin'». y el boogie cachondo y bailongo «Kick me in the pants». Un trabajo redondo el canto del cisne de Lurrie Bell como Príncipe de la Luz e inicio de una transición hacia la nada.
Recordemos que tanto Bell como Freddie Dixon habían abandonado, por las buenas, los Sons Of Blues en el 92 dejando el nombre de la banda en exclusiva propiedad del armonicista Billy Branch que dos años después refundaría el grupo al introducir miembros de los Chi-Town Hustlers pero eso es otra historia... Volviendo a nuestro biografiado, Bell quien a los veintipocos años había conseguido más de lo que otros muchos bluesmen podrían aspirar a lo largo de su vida, no supo asimilar el trajín del éxito, sumergiéndose en una fuerte depresión nerviosa. Como si estuviese suspendido por fuerzas oscuras cual títere y perseguido por los mitológicos cancerberos del infierno que azuzaban a Robert Johnson, Lurrie comenzó a no cumplir contratos fallando a conciertos y dando la espantada a mitad de las actuaciones (la historia de Otis Rush, ya digo, repetida veinte años después). En 1986 se encuentra fuera del negocio musical y, por espacio de tres años, su más inmediata terapia consistirá en tocar al aire libre en el mercado callejero de Maxwell Street, usando la música como ejercicio catártico que drenase los sinsabores de la fama mal digerida justo donde algunos de los míticos bluesmen chicagüenses comenzaron su carrera.
Habla Lurrie Bell: «Descubrí que no podía aguantar toda una gira completa y las cosas parecieron ir a peor. Melvin Taylor (otro joven valor azabache de las seis cuerdas, virtuoso y neurótico-depresivo como nuestro protagonista) me ayudó mucho al tocar a mi lado en el mercado callejero. La manera en como transcurre la vida, las personas, el ambiente, ese modo tan tradicional de entender las cosas, el viejo sonido del blues... todo aquello me ayudó para bien, repercutiendo en mi salud al alza. Comprendí que las cosas te pueden ir bien o mal en la vida, pero puedes sobreponerte en aquella zona absorbiendo el sonido añejo que supuran los alrededores».
Un breve paréntesis se producirá en 1989, repartiéndose casi clónicamente en cuatro colaboraciones para el sello británico JSP al lado de su padre. Carey Bell: dos antologías en directo («The Paul Jones Rhythm & Blues Festival Vol. 3». y «The 2nd. Burnley Blues Festival»), un espléndido respaldo al bluesman de tercera división Lefty Dizzy («Ain't it Nice To Be Loved») y una rodaja digital completada con la familia Bell al pleno («Dinasty!»). Y por fin, su debut en solitario «Everybody Wants To Win», un disco ejecutado con toda su parentela que encierra como única gloria el ser un ramillete de versiones, viajando por los cancioneros de Albert King («Cadillac assembly line». y el título del CD. a.k.a. «Nobody wants a loser»), Chuck Willis («I feel so bad»), Muddy Walers («Going back lo Louisiana»), Junior Parker («The train I ride»)... La magia de antaño ni siquiera aflora en los instrumentales («No picks», «1215 W. Belmont Avenue»), y hay un breve carneo paterno en «Second hand man», también aparecido en ese «Dinasty!» y editado en el mismo sello, John Stedman Productions. A inicios de los 90, su mundo de nuevo se desliza cuesta abajo. Las giras y los sinsabores de la vida en la carretera, conjuntados con sus demonios internos obligaron a Lurrie volver a arrojar la toalla otra vez. Las sesiones de grabación se redujeron a cero y su nombre fue olvidado en las agendas de los productores especializados. Todos los logros parecieron irse por el sumidero del retrete.
Otra vez vuelta a empezar, a sacudirse las furiosas zarpas del maligno en forma de bruma melancólica que enturbia el juicio, actuando los fines de semana en un garito inaugurado por su ex-patrona, el Koko Taylor's Chicago Lounge, sito en la zona norte... hasta su esperado fichaje por el sello Delmark en 1995. «Mercurial Son» es un disco diseñado a medida por el productor y batería Steve Cushing, conocedor de la maestría musical de su pupilo («Pienso que es un talento incomparable. Tan buen guitarrista como Otis Rush o Buddy Guy... cuando tiene una buena noche») pero también de su idiosincrasia temperamental (de ahí el acertado título del debut americano). Como buen compositor, Cushing atrapa la melancolía del que se sabe eterno valor en la sombra en textos surrealistas entonados con la letanía agónica de un condenado a muerte, algo así como si el tétrico Nick Cave hubiese compuesto todo un LP para Otis Rush, algo marcado especialmente en la salvaje triada de temas que abren el disco, tocados a ritmo de funk embrujado que cruza a Bo Diddley con Albert Collins. También hay boogies crudos con letras que ilustran un reproche sentimental daliniano («Chillas como un samurai castrado», en «Lurrie Bell's hipshank»), odas a la vagina-dentata vocalizadas por la invitada Big Time Sarah y su furor uterino («Your wild thing ain't wild enough»), atmósferas lóbregas a lo Howlin' Wolf («Tell me about your love»), instrumentales ferroviarios rockabílicos («Longview Texas trainwreck»), shuffles westsiders, un instrumental distorsionado entre un psicodélico Bo Diddley y Link Wray («Voodoo whammy»), más dos cortes puretas para que compruebes que no todo son odas al hombre del saco, el autobiográfico «Blues all around me» (puro Buddy Guy etapa Chess) y otro ejercicio a lo Magic Sam («West side woman»). Lurrie Bell renacido cual Príncipe de la Oscuridad -sólo hace falta ver la foto de portada, sombría, con un barbudo guitarrista con mirada de expresión neurótica- en un polémico ejercicio de psicoanálisis que no ha gustado en demasía a la crítica especializada.
En el breve espacio discurrido entre el CD comentado y la actualidad, Lurrie se ha movido con relativa asiduidad por el circuito North Side (Lily's, Rosa's), siendo invitado en la gala anual del Chicago Blues Festival de 1996. y no defraudando las recién nacidas expectativas creadas a su entorno. También ha grabado una secuela para Delmark, «700 Blues» (97), un compacto creado expresamente para saciar a los enfurruñados aficionados que no supieron comprender su inventivo precedente, cuando mixtificaba textos originales y ritmos cuasiafricanos con la solera del blues urbano. Es por eso que musicalmente se cubra el expediente versioneando a B.B. King («l've got papers on you», «All over again»). Gatemouth Brown («She walks night in», «Baby take it casy»), Jimmy Reed («Found Love», «You gol me dizzy»), Muddy Waters («Honey bee»), Sunnyland Slim («You got lo stop...», con un toque de Albert Collins a la guitarra), Howlin' Wolf («How many more years») y un magnífico «Sadie» del slider Hound Dog Taylor, muy revisado en el mundillo (y con esa van...). En el aspecto personal, es decir, en las composiciones de su puño y letra, se cae en la holgazanería al repescar un lema de su repertorio 80s («I'll be your .44»), vampirizar al Collins más hierático en un funk-blues instrumental («700 blues») y reflejarse en el concurrido espejo de marca Buddy Guy (el slow blues «Million miles from nowhere»). Eso sí, técnicamente no me cabe reproche alguno.
Cerramos esta semblanza afirmando, simplemente, que Lurrie continúa tocando donde y cuando puede, plantando cara a sus demonios internos, sabiendo que la vida nunca fue de color rosa, utilizando la música más como terapia que como plataforma para saltar al estréllalo. Como los artistas genuinos, la expresión de los sentidos prima sobre los intereses pecuniarios: Artistas, uno - Mercaderes, cero. (F.C.)
4 comentarios:
Joder...vaya curro que te pegaste!.
Genial!.
Salud
Hay pocas canciones que realmente me gustan de Lurrie Bell, pero de entre éstas hay una que me parece una obra maestra : Smokin' Dynamite .Se puede encontrar en varios discos de JSP , tanto a nombre de Carey Bell , como de Lurrie Bell. Para mí alguien que crea algo así ya merece pasar a la historia del blues
¡¡Buen blog!!!
Un saludo .
Muy bueno eso de Lurrie que comentas y gracias por lo de blog.
saludos
Buena biografía, tenía ganas de conocer sobre este hombre que me ha revolucionado en directo. Tiene mucho de la esencia del blues en él.
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